por Javier Márquez

Fotografía por Javier Márquez
Desde aquí arriba se escucha el eterno y tranquilo recorrido del río. Luego de agotar sus energías durante una jornada intensa de juegos mañaneros y después de darle caza a una lagartija, dos gatos jóvenes se recuestan sobre una silla verde. Poco después, uno de ellos se despierta, acicala su pelaje negro y se baja de la silla, entonces Alen llega y trata de tomar el asiento para leer su historieta sobre “La Gran aventura”, una revista cristiana para niños, pero el segundo gato prefiere no abandonar su puesto de remanso sobre la silla y a Alen decide compartir el asiento. Ismael trabaja en la otra silla con su traducción de la Biblia en lengua dámana, cocina el desayuno y lucha con las gallinas que se trepan a las ollas y picotean los platos. Del sol nos protege un techo de zinc y del bochorno una brisa que llega más abajo, desde el río, una brisa que existe a la sombra de aquel murmullo eterno.
Cuando desperté esta mañana, seguía colgado de la hamaca; lo primero que distinguí fue a Cris con su vestimenta blanca, su estatura de 80 cm, su mochila limpia y sus libros. Cerré los ojos. Al abrirlos, ya no eran las 5 de la mañana, eran ahora las 7, Carol se había ido ya para la escuela y había llevado a sus niñas y a Cris. Ismael justo estaba atravesando el umbral escarchado de la puerta, extendiendo sobre las tejas, como si fueran ropa recién lavada, dos pedazos de carne sazonada. Cerré los ojos. Después tenía una arepa con huevos en mis manos y un tinto dulce.
Para ir a la escuela toca cruzar descalzos ese río de 30 metros de ancho, cuidando contra la naturaleza los libros y la ropa. Esto, Carol lo ha venido haciendo cada mañana el último año, antes para llevar y traer a sus niñas, y ahora también porque se ha convertido en maestra de la escuela. Carol no es indígena, es de la capital, rola, alta y de unos ojos azules diamantinos. Socióloga, cristiana, estudiante de una maestría en Inclusión y Educación Intercultural, además de estudiante del Seminario Bíblico Anabautista Hispano, SeBaH, es decir, un largo etcétera, pero aun teniendo todos los méritos, quizá siendo una de las personas más preparadas de la Sierra, no ha podido abandonar su calidad de maestra sustituta.
No solo hay que tomar un avión desde la capital hasta Santa Marta, hacen falta igualmente un bus que va por el camino del Tayrona y uno a moto que se adentra por la carretera más accidentada y menos apta que exista; durante la expedición cada 100 metros todo anuncia que la moto va a terminar enterrada bajo alguna pequeña montaña de barro y los codos le van a quedar a uno ubicados bajo las axilas, pero todo es simple aventura hasta que uno ve aproximarse la quebrada y observa que el motociclista no detiene la moto sino que salta sobre el agua y la atraviesa como si fuera una balsa, entonces ahí uno se rinde y se entrega definitivamente a la Santa Providencia. Poco a poco se va viendo como las montañas de la Sierra y su profunda y milenaria vegetación verde son todo lo que aún queda en todas las direcciones, hasta convertirse en todo lo que el hombre ha visto y verá en todos sus años de vida; prontamente el alma adquiere una tinturación verde y el corazón olvida hasta nunca sus puntos cardinales. Adiós el norte, hasta nunca el sur y las gentes que son de donde nace el sol y los deseos enviados hacia donde muere. Todo se transforma y renace, y se ubica bajo las estrellas y sobre la tierra, según la zona de la montaña donde uno se pare. Cambian las palabras y la lengua que se escucha.
Aquí en la Sierra Nevada, en el universo Wiwa, en el corazón espiritual del mundo, en tierras Taironas, donde cada año se encuentra una ciudad perdida y alguien de alguna universidad descubre que un mismo camino se ha transitado por siglos entre la selva; donde cada árbol cuida una cerámica o la matriz de un recién nacido desde el comienzo hasta el fin, es donde viven esta especial familia.
Para presentarlos podría decir que son cristianos, pero esto es incompleto. Podría decir que son indígenas, pero desafortunadamente no todos realmente lo comprenden. Por eso empiezo así: Carol cruza todos los días el río con sus niñas para ir a enseñar, Ismael hace el desayuno, extiende sobre tejas la carne, trabaja en sus traducciones y libra su guerra diaria con las gallinas.
Viven en el centro de la Sierra, en la dirección de los caminos inquietos. Ismael se pregunta: ¿Para qué ser cristiano? Si el cristiano busca la armonía, el amor, las relaciones pacíficas, ¿No buscan lo mismo las espiritualidades indígenas? Pero también se pregunta: ¿Por qué no puedo ser cristiano? ¿Si cambio mi religión, ataco mi identidad? Un árabe es árabe porque sea o porque no sea musulmán, y los egipcios nunca dejaron de ser egipcios en los tiempos de Atón ni en época de los Koptos y menos ahora en los tiempos del Islam. ¿Pero por qué yo si me convierto a la fe cristiana dejo de ser indígena?
Cuando por casualidad encuentra una iglesia cerca, Ismael no puede ingresar con su vestimenta tradicional y mucho menos puede mambear. El indígena cristiano debe estar sujetamente convertido. Debe vestir zapatillas, camisetas confeccionadas y jeans. No puede mambear, menos fumar tabaco ni mascar coca. Si el deseo es mascar, por eso Dios se inventó los chicles. Ni se mencione que en sus participaciones y oraciones no puede tocar los temas del medio ambiente o de la explotación. Del mismo modo, pero cruzando el río, cuando se encuentra participando en alguna actividad de su comunidad Wiwa o buscando trabajo como el de la docencia, porque Ismael es profesional, no lo reciben fácilmente o lo contratan, precisamente porque es cristiano. Formando así una especie de laberinto que mientras más lo cruzas más parece que te adentra en un camino sin conexiones.
Entonces, ¿qué es la identidad, qué es el derecho a escoger, a ser y a estar? Los cristianos se ríen de esas preguntas, porque su identidad es Jesús, su decisión es el cielo y su estado es de no perdidos.
En su idioma, los Wiwa también se ríen de esas preguntas, porque su identidad es ancestral, su decisión es la tierra y su estado es el de los no perdidos. Mientras tanto, se escucha el eterno y tranquilo pasar del río.
Ismael, en mi observar, es el cristiano que más entendió toda la espiritualidad jesusiana, y con ella, el centro de probablemente todas las espiritualidades del mundo. Quizá un oído habituado en cada minuto de su vida a escuchar el andar del río le enseñó el lenguaje. Encontró el camino hacia el corazón impenetrable de la Biblia con la misma habilidad con la que se mueve por la Sierra Nevada hacia la casa de su esposa y sus tres hijas, sus gatos y sus enemigas las gallinas. Sus conclusiones son que puede ser indígena y cristiano, porque en el fondo tienen las mismas búsquedas. El amor, la paz, la armonía.
Habla con las palabras de la verdad, hasta que llegan los pastores, los misioneros, los Mamos y los políticos indígenas, hablando de un evangelio o de una religión ancestral. Ismael, que aprendió el lenguaje del río, ya no los entiende. No entender, como es bien sabido, genera una vergüenza impostada, y esto es como verse desnudo.
En estos caminos fue que apareció en la escena la Conferencia Menonita Mosaico con una invitación. A Ismael y Carol les llamó fuertemente la atención que para Mosaico la interculturalidad es un principio espiritual. No, por cualquier cosa su nombre es Mosaico. Pero es un nombre reciente, que nació también debido a las inquietudes en el corazón de una iglesia ubicada en un país construido por migrantes, cuya cultura es de migrantes, cuya comida es de migrantes, donde se hablan todos los idiomas del mundo, pero que también, al igual que la Sierra, viven sus propias luchas y sufren sus injusticias. Transitan sus propios laberintos.
Entre tantos misterios del Cielo y de la Tierra, no tiene sentido perder tiempo pensando sobre cómo fue que se logró esta conexión insospechada y extraordinaria, basta con saber qué se hizo. Ismael y Carol, así como sus otros amigos indígenas cristianos y no cristianos, no corresponden a una iglesia institucional; ellos han sido desde siempre, antes y luego de su cristianismo, una comunidad. Pero por años han soñado y orado por hermanos que estén dispuestos a compartir con ellos el camino del Espíritu, así las distancias geográficas y culturales sean enormes. Hermanos y hermanas con quienes compartir una oración, un tinto y una charla. Entre corazones, la distancia es un concepto relativo. La conferencia también siente ese mismo movimiento traducido en una inspiración del Espíritu. Y mientras tanto, se escucha el eterno y tranquilo recorrer del río.