Fernando Pérez Ventura analiza el significado de la humildad, especialmente en el contexto de Miqueas 6:8.
por Fernando Pérez Ventura

Foto cortesía de Fernando Pérez Ventura
Por supuesto que este tema ha sido uno de los preferidos en muchos discursos, predicaciones y enseñanzas dentro de la iglesia cristiana. Sin embargo, es también uno de los menos comprendidos. En no pocos casos ha llevado a que muchos cristianos se sometan a vejaciones psicológicas —ya sea en la iglesia con el liderazgo, en el trabajo, en la escuela, e incluso muchas mujeres en sus relaciones con hombres (esposos, novios, amigos)— bajo una comprensión errónea de lo que significa ser humilde.
El concepto de humildad tiene su origen etimológico en el latín humilitas, que proviene de humilis, palabra relacionada con humus, que significa “tierra” o “suelo”. Esta raíz sugiere una cercanía o relación con la tierra, tanto en sentido físico como metafórico: estar “a ras del suelo” o en una posición baja. Pero no se trata de una posición de humillación, sino de un acto de reconocimiento: aceptar que somos parte de la misma creación de Dios, seres humanos cuyo origen es la tierra.
Originalmente, humilitas no tenía una connotación moral o virtuosa, sino que describe simplemente una condición de bajo nivel social o económico, sin juzgarla como buena o mala. Fue después, especialmente a partir del siglo IV en la literatura cristiana, que el término adquirió un valor positivo. Los Padres de la Iglesia comenzaron a considerar la humildad como una virtud opuesta a la soberbia, asociada a la modestia y al reconocimiento de las propias limitaciones. Desde entonces, se exaltó como una cualidad agradable a Dios.
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La humildad en el Antiguo Testamento
La humildad, en el contexto bíblico, es una actitud del corazón que implica mansedumbre, ausencia de ego y reconocimiento de la dependencia de Dios. No es solo una conducta exterior, sino una disposición interna que reconoce nuestra insuficiencia y necesidad del Señor.
En hebreo bíblico, la palabra más común para humildad es עֲנָוָה (anava o anavah), que describe tanto la modestia humana como la clemencia divina. Se encuentra en pasajes como Proverbios 15:33 (“antes de la honra está la humildad”) y Proverbios 22:4 (“el galardón de la humildad y del temor de Jehová es riquezas, honra y vida”).
Otras palabras relacionadas son שָפֵל (shafel), que significa “ser humilde, abatido”, y כָנַע (kana), que se refiere a “humillarse” ante Dios en arrepentimiento. Estas expresiones reflejan la importancia de la humildad en la relación entre el ser humano y Dios dentro de la tradición hebrea.
Sin embargo, la palabra que me interesa destacar en este espacio es la que aparece en Miqueas 6:8, que dice:
«Se te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, amar misericordia, y humillarte ante tu Dios».
Aquí, el término hebreo es הַצְנֵעַ לֶכֶת (hatznea lejet), que implica “caminar humildemente con Dios”. “Caminar”, entendido como estar en movimiento continuo, desde la conciencia de que somos parte de la tierra, parte de la creación. En muchas religiones, adorar es postrarse hasta tocar el suelo con la frente: un acto que simboliza que nuestro origen está en la tierra. Esa es la adoración auténtica. Esa es la humildad ante Dios.
Conclusión
La humildad, entonces, lejos de ser una actitud de sumisión ciega o debilidad emocional, es una postura espiritual de conciencia, sencillez y reconocimiento del lugar que ocupamos como criaturas ante nuestro Creador. Es vivir con los pies en la tierra y el corazón rendido a Dios.
En la próxima edición de julio de MenoTicias, continuaremos con la Parte II, donde explicaremos cómo Jesús encarnó la humildad en el Nuevo Testamento y qué significa practicar esta virtud hoy, como discípulos suyos en medio de un mundo que promueve lo contrario.
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